En una selva oscura by Nicole Krauss

En una selva oscura by Nicole Krauss

autor:Nicole Krauss [Krauss, Nicole]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2017-01-31T16:00:00+00:00


* * *

El rabino concluyó su sermón y bendijo las jalás dispuestas sobre la mesa. Klausner arrancó varios trozos de las hogazas trenzadas, los dejó caer sobre un plato con sal, se metió uno en la boca y esparció los demás sobre la mesa. Era una forma de crudeza que Epstein tenía fama de apreciar, la crudeza de la pasión que se niega a enmascararse tras los modales. ¿De qué le ha servido la etiqueta a nadie? Así empezaba el pequeño discurso que le gustaba dar a Lianne en el largo trayecto de vuelta de casa de sus suegros, mientras el bosque frondoso y ancestral de Connecticut iba pasando al otro lado de las ventanillas. La evolución humana había equivocado el rumbo debido a la eliminación paulatina de toda necesidad. Una vez que la supervivencia había quedado asegurada, pasó a haber tiempo para la frivolidad y el adorno superfluo, lo que a su vez desembocó en un absurdo retorcimiento de las normas del decoro. Cuánta energía derrochada en cumplir con las convenciones sociales, que a la postre no generaban sino opresión y equívocos. La familia de Lianne y sus formalidades mojigatas eran su fuente de inspiración, pero una vez que empezaba ya no había forma de acallarlo hasta que llegaban al aparcamiento de Manhattan. ¡La humanidad podría haber ido en otra dirección, dejando expuesta su naturaleza íntima!

Lianne, incapaz de invertir el rumbo de la evolución, sacaba del bolso un ejemplar del New Yorker y lo hojeaba en silencio. Con ella siempre había sido así. Epstein nunca podía ir más allá de la superficie. Tal vez fuera el deseo lo que lo había mantenido a su lado durante tanto tiempo: había intentado una y otra vez derribar ese otro muro, vencer sus defensas y alcanzar su reducto más íntimo. Al cabo de un rato, perdía las ganas de discutir. Su propio mundo lo hastiaba. Aquellos fueron los meses que culminaron con el anuncio a Lianne de que no podía seguir casado con ella. Mientras cenaban en el Four Seasons para celebrar que la sobrina de su mujer cumplía dieciséis años, un camarero ataviado con chaqueta blanca había recogido su servilleta del suelo y había vuelto a dejarla sobre su regazo, y en ese instante Epstein había sentido el impulso de levantarse de un brinco y proclamar algo a voz en grito. Pero ¿el qué? Imaginó al resto de los comensales volviéndose hacia él, mudos de perplejidad, mientras los rostros de los camareros se crispaban y las cortinillas metálicas dejaban al fin de moverse, así que lo que hizo fue excusarse, y de camino al lavabo indicó al maître que le llevara a su sobrina el postre de caramelo hilado con una bengala en lugar de la clásica vela de cumpleaños.

Ahora, al pensar en el rostro de Lianne, surcado de arrugas finas, con una expresión de vaga sorpresa, como siempre que abría los ojos por la mañana, Epstein sintió una punzada de dolor. Siempre lo había irritado aquella expresión de desconcierto. Nada



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